Por: Jacqueline Menchaca/Blog/Newsletter
Todos tenemos derecho a una segunda opinión en cuestiones médicas. Más aun si la opción de tratamiento incluye procedimientos invasivos, irreversibles o muy riesgosos.
La odontología no es la excepción.
Aun cuando como profesionales se tenga la certeza de que el diagnóstico y procedimiento es el acertado, si el paciente opta por una segunda opinión, el odontólogo tratante debe ser empático con la situación.
En muchos casos, desafortunadamente, no es así. De hecho, en ocasiones se posicionan en un estado de “no retorno”, es decir, no vuelven a atender al paciente, si este, después de esa segunda opinión, decide volver.
Nada menos ético. Anteponer, digamos, el orgullo personal a la posibilidad de perder ese paciente, la salud dental del mismo, los ingresos que su atención representaría al consultorio, etc., es una actitud profesional pobre que demerita la práctica odontológica.
Pedir una segunda opinión es válida y para los pacientes, incluso, necesaria en ocasiones. Esta es solamente corroborar un diagnóstico y plan de tratamiento, mismos que al paciente le pueden causar cierta resistencia (por cualquier motivo), sin que signifique que se duda de la capacidad del odontólogo tratante; y solo quiera reforzar la toma de decisiones.
Quizá, también, por el hecho de que el dentista no ofrece más que una sola alternativa en el tratamiento, y este es, como mencionamos al inicio, irreversible o muy invasivo.
El tema vino a partir de una experiencia que conocimos sobre una paciente que recibió como única alternativa la extracción dental, dado que tenía fractura y caries radicular, y a decir de su médico, con un pronóstico muy reservado en caso de intentar rehabilitar la pieza dental.
La paciente comentó que pediría otra opinión dado que no quería perder la muela, ya que cuando era adolescente se hizo ortodoncia y ya no tenía ni primeros ni terceros molares, así como un molar inferior, y su masticación ya no era buena.
Aparentemente no hubo molestia ni objeción. Fue con otro odontólogo, quien le dijo que sí tenía solución. La paciente lo intentó con ese nuevo profesional, no sin antes avisarle a su dentista de cabecera.
Después de tratamientos, endodoncia, curetajes, algunos miles de pesos invertidos, a los dos años, efectivamente, la paciente perdió la muela. Es entonces que ella reconoce la certeza y claridad de su primer dentista y decide regresar con él para seguirse tratando ya de forma indefinida.
Sin embargo, no solamente se topó con evasivas, llamadas sin respuesta y pretextos absurdos para no atenderla, sino que, en un momento dado, hasta la confrontó diciéndole que por que no se iba con “el otro”.
¿Qué harían ustedes? En muchos ámbitos de la medicina ocurren estas situaciones. ¿Qué actitud tomar cuando suceden? Obviamente bajo términos de respeto a la profesión y a la persona en sí misma, pero el paciente tiene todo el derecho de querer conocer una o dos opiniones más antes de tomar una decisión…
El dentista, por su parte, también tiene el derecho de negarse a la atención de un paciente. Claro. Pero, ¿por motivos como estos, con una actitud de recelo contra el paciente?
Una segunda opinión con frecuencia se percibe como desconfianza del paciente hacia su médico. Pero no es así. Los profesionales conscientes de su calidad como odontólogos, preparados académicamente, seguros de su aprendizaje, con práctica clínica que le avala esa experiencia, y sobre todo, empáticos, saben que esto no es más que una necesidad y un derecho del paciente para:
Confirmación o validación del diagnóstico y tratamiento, aspectos que en la mayoría de los casos solo aumentan la confianza del paciente sobre la atención que recibirá.1
Claridad y comprensión, mismas que tal vez no fueron entendidas en su totalidad y el paciente desea estar seguro de lo que se le dijo.1
Conocer otras alternativas, si las hay.1
referencia: 1 uos21.mx/Dr. Juan Carlos Huerta Gómez/mayo 16, 2024/segunda-opinion-medica